Pero claro, el mundo ha cambiado a lo largo de estas tres décadas...
El que suscribe tiene en su cuerpo treinta años de vida pasada, con recuerdos, experiencias, heridas curadas y otras por curar, sueños y realidades.
La bicicleta no es aquella de montaña de acero con la que podía subir y bajar por caminos desconocidos. A lo lejos se podía ver la carretera Nacional por donde las bicicletas podían circular por su arcén, una carretera con un solo carril por dirección.
Los caminos y las sendas estaban donde todavía siguen, posiblemente muchas menos sendas, pero los ciclistas que por allá pasábamos no éramos legión, éramos algo inusual, casi excepcional.
Los bares no los llenábamos para almorzar pues el bocadillo era parte de nuestro equipaje junto a los parches, la cámara y los desmontables.
Eso sí, vestía de Etxeondo, que mi padre no escatimaba para esto de la bicicleta y además, las gafas Bollé con esponja para el sudor, los guantes tenían como toalla para secar el sudor y las zapatillas eran de basket pues aquello de los pedales automáticos sonaba a ciencia ficción.
Todo parecía estar muy lejos y pensaba que ir más allá de Chinchilla era algo imposible...... todo estaba por llegar.
La vida por delante.
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